En los antiguos terrenos del llamado Huerto de Mariana, Aníbal González, arquitecto de la Plaza de España, concibió otra singular plaza que cerraría por su lado sur el Parque de María Luisa ideado por Forestier. Junto con la de España, la Plaza de América evoca en su nombre la histórica relación que Sevilla había tenido con este continente a través de su río, el navegable Guadalquivir, una relación que a raíz de la Exposición Iberoamericana celebrada en la ciudad en 1929 pretendía no volver a ser de tipo colonial, sino inaugurar una nueva era de amistad con las naciones al otro lado del Atlántico.
La plaza se encuentra abrazada en tres de sus frentes por unos edificios realizados en estilos diversos que aportan variedad a la simetría del conjunto. Estas construcciones suponen todo un catálogo de algunos de los estilos más característicos de la arquitectura histórica andaluza: el islámico o mudéjar del actual Museo de Artes y Costumbre Populares, el plateresco o del Renacimiento del hoy Museo Arqueológico y el gótico del Pabellón Real. Las decorativas fachadas de estos edificios miran todos al centro de la plaza, donde un gran estanque poblado de nenúfares muy del estilo de Forestier nos recuerda que, a pesar de la diferencias de criterios paisajísticos entre el francés y Aníbal González, ambos parece que en alguna ocasión se dejaron influir por el otro.
Junto al estanque de nenúfares, elementos vegetales como los árboles del amor y los jaboneros de espectacular floración que recorren la plaza en sus extremos, los rosales de los parterres o los potentes acentos verticales que suponen las washingtonias de la Plazoleta de las Palomas, o las dos jacarandas que presiden el acceso al Pabellón Real nos recuerdan que seguimos estando en ese gran jardín compuesto por la suma de jardines pequeños que es el Parque de María Luisa, donde conviven lo íntimo y lo monumental, lo recogido y lo público.